Christian Ospina Menú

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Hasta pronto bro

«Hay un texto»… diría él para empezar otra de sus grandes enseñanzas. Es difícil decir algo porque seguramente las palabras quedarán cortas para recordar a un héroe de la fe.

Cuando comencé a tocar el piano, él estuvo allí para apoyarme. Cuando decidí bautizarme, él estuvo allí para hacerlo. Cuando prediqué por primera vez lo hice aquí en este mismo lugar y él estuvo allí para felicitarme. Ese día me halagó inmerecidamente diciendo: «Nieto de tigre sale pintado». Cuando vino la dura crítica y el chismorreo, él estuvo allí para defendernos. Cuando me casé, hace exactamente 3 meses, él estuvo allí para hacer la ceremonia; la penúltima boda que realizó en su vida, antes de las bodas del Cordero.

Siempre nos apoyó a los jóvenes. Fue un impulsor, ya que siempre que vio a alguien que cantaba, tocaba, predicaba o tenía algún ministerio, lejos de atajarlo o tener alguna clase de celos como sucede con algunos pastores y líderes, él motivaba y se hacía a un lado para darle paso a otras personas. Nos decía que siempre y cuando todo lo que hiciéramos estuviera encasillado dentro de lo bíblico y lo sano, lo realizáramos. Nos dio libertad y nos dejó crecer a cada uno de nosotros en nuestro ministerio. Por eso pudimos desde decorar estrambóticamente el salón, hacer conciertos, obras de teatro, 24 horas de adoración continua, pandillas juveniles y así cientos de cosas más, hasta incluso llegar a realizar una «confraternidad de locos», así la llamamos.

En los negocios de su Padre le encantaba estar. Por eso no había evento que se perdiera, a menos que estuviera enfermo o en otro lugar donde también se exaltará a Dios. Siempre recordaremos sus historias de Trujillo, la difícil niñez que tuvo, las veces que fue abaleado, cuando fue motorista y todos los milagros y bendiciones que Dios le permitió ver a lo largo de su vida.

Sabía mover el cuerpo y manejar las armas; aunque la mejor arma que tuvo fue la espada del Espíritu que estudió y enseñó incansablemente. Fue un predicador improvisado, inspirado y siempre presto a hacer lo que más le gustaba: Hablar de Dios y de su reino. Nunca dijo no cuando de predicar se trataba.

A veces mencionaba alguna verdad tan grande que él mismo reaccionaba declarando: «Amén digo yo». Nos enseñó a orar por el presidente, por los alcaldes, los gobernadores, los jueces, los ministros, las fuerzas armadas y todos los que están puestos en eminencia para que gobiernen con justicia para el bien de todos. Nos enseñó a pedir por todos los que predican y no solo aquí en Colombia sino en cualquier parte del universo. Nos enseñó a respetar a todos nuestros hermanos, sin importar la organización a la que pertenezcan. Nos enseñó a no salir del salón como extraños, sino saludarnos unos a otros y nos enseñó más que todo con su vida, porque hay personas cuya vida es la mejor prédica que jamás escucharemos.

Hasta pronto le decimos hoy al padre, abuelo, pastor, predicador, consejero, salmista, cantante, compositor y líder.

El bro, como le decíamos de cariño entre los jóvenes, creía que luego de la partida de una persona de esta tierra, para Dios no hay ninguna dificultad en juzgarlo inmediatamente. De ser así, me lo imagino buscando a José, un hombre al que siempre admiró para darle un gran abrazo. En el cielo abrazaremos sin preocuparnos, porque no hay covid. Me lo imagino buscando a David, para componer y cantar algunas buenas canciones. Me lo imagino buscando al gran Pablo para charlar algunas cuestiones relativas a sus cartas y a la sana doctrina; pero más que nada me lo imagino mirar a Jesús, nuestro Dios, cara a cara para gritar con todas sus fuerzas y todo su corazón: «Alabanzas al que vive».

¿Y ahora qué? Nos preguntamos su familia, incluyendo toda la familia IPNJ. Ahora nos toca a nosotros continuar su legado. Imitar su fe. Proseguir a la meta. Pelear la buena batalla, acabar la carrera, guardar la fe. Así como Dios le habló a nuestro pastor en uno de los momentos más difíciles de su vida, nos lo dice hoy a nosotros: Iglesia «No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.». ¿Y ahora qué? Nos toca a nosotros servir a Dios con toda nuestra alma, para ver si Él nos concede ver un gran avivamiento, como tanto lo anhelo nuestro pastor. Prediquemos a Cristo. Prediquemos del perdón, la restauración y la salvación ¿Y ahora qué? Con más fuerza, con más ganas y con más ánimo que nunca metámonos en Dios, hagamos su voluntad y Dios hará el resto.

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